Siempre quiso ser «un espíritu del mal». Traicionó a su «padre» Arafat, mató a escolares, secuestró aviones... Hasta que llegó Bin Laden, Abu Nidal era el asesino más eficaz de Oriente Medio. Su rostro operado ha estado detrás de más de 900 muertes. En Irak, donde se habría suicidado de un tiro en la cabeza, se rumorea que preparaba el magnicidio de Sadam
Aparte de los impactos de bala que le causaron la muerte, el cuerpo de Abu Nidal presentaba una cicatriz cárdena bajo el mentón, producto de una vieja reyerta con los guardias de su padre adoptivo, Yaser Arafat. Una prótesis le suplantaba la planta del pie derecho, que perdió al pisar una mina antipersona en el valle del Bekka, y le faltaban dos dedos de la mano izquierda, resultado del estallido de una bala en la recámara de su fusil. Atef Abu Baker, la persona que le conoció más de cerca, decía que el veterano terrorista llevaba inscritas en su cuerpo las vicisitudes del conflicto palestino-israelí. Y en el alma, las intrigas que él mismo se encargaba de agitar entre los estadistas árabes de la zona. Pero las laceraciones que mejor retratan a ese genio del mal son las que él mismo se infligió, con el fin de alterar sus rasgos faciales, cuando era perseguido por los agentes del Mosad israelí.
Abu Nidal no era como los pistoleros de ahora, que se someten a la cirugía plástica en los mismos institutos que las celebridades del cine. Al hombre que marcó una época y un estilo en el submundo del terrorismo le gustaba hacer todo con sus propias manos: desde la ejecución de los traidores dentro de su propia organización, hasta quemarse las tupidas cejas que le conferían su inconfundible aspecto mefistofélico.
El lunes se dio a conocer que el asesino más eficaz que haya producido Oriente Medio, antes de que Osama bin Laden introdujera al terrorismo en su dimensión actual, había sido encontrado muerto en su último refugio: un piso pobretón situado en un barrio de las afueras de Bagdad. Habido que no es la primera vez que se le da por muerto, para luego verle resucitar donde menos se le espera, la noticia de su deceso debe ser considerada con la debida precaución. Al principio, las propias autoridades iraquíes trataron de desconocer los hechos, de la misma manera que lo hicieron los portavoces palestinos. Pero dos días después del suceso, ya las declaraciones se hacían más elocuentes.
El jefe de los servicios secretos de Irak, Taher Jalil Habush, dijo en rueda de prensa que el terrorista palestino se había suicidado descerrajándose un tiro en la boca. Habush comentó que esa mañana un grupo de seguridad había ido a detenerle por entrar ilegalmente en el país. «Abu Nidal se mostró resignado, pidió que le dejasen recoger unos efectos personales de su dormitorio y fue entonces cuando oímos el disparo».
Para dar mayor crédito a su versión, el jefe del espionaje iraquí mostró una foto borrosa en la que aparecía un cuerpo yacente.Luego, otra imagen mostrando el arsenal que el difunto guardaba en su domicilio: ocho chalecos con bolsillos especiales para guardar explosivos, pistolas con silenciador, rifles de asalto, granadas... En resumen, todo el equipaje que Abu Nidal solía transportar cuando se proponía ejecutar a este o a aquel individuo.
El armamento, aunque anticuado, brillaba como las joyas de un escaparate: no es vano que gracias a su perfeccionismo, Abu Nidal acumulara en su historial al menos 900 muertes, fruto de los 400 atentados que su organización llevó a cabo en 20 países.A diferencia de Osama bin Laden, a quien los recientes vídeos de la CNN muestran encogiéndose de miedo cuando un avión rompe la barrera del sonido sobre su cabeza, para Abu Nidal la refriega era su hábitat natural y el olor a pólvora, su perfume predilecto.
Nadav Cohen, un experto israelí en terrorismo, establece la diferencia entre estas dos figuras siniestras: «Osama representa el intelecto y la espiritualidad (aberrante, claro está) del terror, mientras que Abu Nidal encarnaba los instintos más bestiales y primarios de ese tipo de lucha». Bestial e implacable, como demostró en 1987, cuando con la ayuda de otros tres verdugos ejecutó a unos 200 de sus propios hombres -sospechosos de querer eliminar a aquel fantasmón- en una fábrica de jabón ubicada en el valle del Bekka (El Líbano).
Abu Nidal, quien antes de adquirir dicho seudónimo se llamaba Sabri Jalil al Bana, nació en el año 1937 en la ciudad portuaria de Yafa. Hijo de un conocido terrateniente, en 1948 debió huir con su familia a Beirut cuando las tropas del naciente Estado de Israel conquistaron la ciudad.
MATAR A SADAM
Volviendo a las circunstancias de su muerte, cada vez gana mayor consistencia la hipótesis de que la presencia del pistolero en Irak tenía como fin acabar con la vida de Sadam Husein. A las insinuaciones del ya nombrado agente iraquí se suma la escueta pero significativa declaración hecha por el número dos del régimen, Tarek Aziz: «En efecto, el hombre estaba conspirando», dijo a un periodista de Al Hayat. ¿Y contra quién se puede conspirar en aquel estado centralista si no es contra Sadam?
Si la hipótesis del frustrado magnicidio resulta a primera vista fantasiosa, se debe tomar en cuenta que en los últimos años Abu Nidal había ofrecido a Occidente sus servicios para actuar, indistintamente y con la consabida eficacia, contra cualquier blanco que le marcaran.